lunes, 31 de mayo de 2010

La felicidad de los días impares


Soy feliz porque los días impares no existo. Dimito de la vida. Abdico del ejercicio de vivir. Los años bisiestos son los mejores porque tengo un día más para transitar por la calle sin rumbo, observando los rostros de mis conciudadanos entre la sorpresa y el desamparo del que se encuentra en territorio comanche y no sabe como salir indemne.
No pienso. No deseo. No nada. Sencillamente espero que algo ocurra sin dar ningún atisbo de resistencia a la realidad. La tomo tal como llega. Sin pedir. Sin alegrías. Sin quejas. Estoy muerto para poder estar más vivo. No respiro para poder respirar más hondo el día de mañana. Todo es una cuestión de cálculo y supervivencia. Dejar de existir para poder vivir en toda mi plenitud. En fin, mañana ingreso en el sanatorio mental construido a la playa donde se hizo el desembarco de Normandía y estoy preocupado porque dicen que en los lugares cerrados pierdes la conciencia del día en el que te encuentras, y la verdad, tengo pánico en no reconocer los días impares.

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