lunes, 13 de diciembre de 2010

Los últimos días de Fidel


Lo recuerdo bebiendo cerveza a destajo en un antro ilegal del Raval de Barcelona. Fidel iba vestido, com en sus años de gloria cubana, de un verde militar preparado para entrar de nuevo en la Habana y derrocar una vez más el gobierno de Batista. De todos modos, la sobriedad y brillantez de sus años mozos habían dejado paso a la imagen esperpéntica de un anciano sin dientes que iba recitando poemas sin ritmo a su amada revolución mientras bebía litros de cerveza y lanzaba las botellas contra una imagen del Che medio tapada por unos pósters de un grupo de hardcore que anunciaban un concierto en uno de los locales más conocidos de la zona.
Fidel no llegaba al estado sarcástico y decadente de caricatura de uno mismo, sinó que emanaba sin ningún complejo otra identidad completamente distinta a la del luchador utópico que subió a los montes para construir la revolución perfecta. Allí, en la barra de aquel antro, Fidel era uno menos de nosotros, el fracasado que esperaba los problemas completamente ebrio para no tener que tomar decisiones y quedarse a medio camino de aquella silla donde una cuerda le invitaba a un final infeliz, pero al fin y al cabo, un final romántico para todo revolucionario.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El fracaso de la senectud


Tom Waits canta a un piano ebrio mientras cierro un libro de poemas de Gil de Biedma que habla acerca del fracaso de la senectud. El tiempo nos desnuda para barrernos hacía un lado de la habitación, donde, con un espejo roto en la mano, vemos nuestro rostro como un falso Dorian Gray, por una parte están nuestras caricias sensuales a la eterna juventud de Dylan, mientras al otro lado distinguimos las cicatrices donde podemos leer todos los problemas que hemos llevado a las espaldas hasta el día de hoy. El joven contra el viejo. La eterna juventud contra la mísera realidad.
Rompo el espejo contra la pared donde un póster roto de James Dean me habla de la necesidad de morir joven para convertirme en un mito. El tiempo, una vez más, me ha vencido sin dejar prisioneros. Afortunadamente, la voz rota de Waits deja paso a una canción de Los Secretos que me ofrece la solución momentánea a mi problema de extrema immadurez. Así pues, para sentirme un poco mejor, abro un whisky escocés con aspecto cerimonial mientras canto para mis adentros que quiero beber hasta perder el control.

viernes, 3 de diciembre de 2010

La nueva ciudad de los prodigios


Los relatos de Mendoza transcurren como un Ferrari en una autopista catalana comandada por los verdes, uno quiere terminar el recorrido en pocos segundos pero la ley te impide ir más allá porque sabe que debes de gozar el recorrido, viendo como los personajes van hacía un final insospechado comandado por el trazo caprichoso del novelista. Riña de gatos es La ciudad de los prodigios madrileña, una radiografía fidedigna que nos muestra la vida escondida en los callejones madriles de los meses anteriores al golpe derechista del 36, lejos de visiones partidarias propias de la desmemoria histriónica.
Mendoza, alejado de sus fascinantes parodias a los géneros literarios, regala al Premio Planeta este Anthony Whitehouse que aunque esta lejos de Onofre Bouvila, nos desnuda con su mirada foránea cargada de té inglés y escepticismo británico, una nueva forma de ver un període tan problemático de la historia reciente de España. Whitehouse se codea con los personajes más públicos de estos años donde toda lealtad tenía un precio y el secreto era una forma de vida, mientras en sus horas libres, el académico inglés obsesionado con las pinturas bastardas de Velázquez, perreaba por calles sórdidas buscando las huellas mentirosas de una mujer que nos recuerda a la entreñable Porritos de Mauricio o las elecciones primarias. En fin, Mendoza es siempre mucho Mendoza, aunque por una vez haya ido a Madrid para echar de menos a nuestra Barcelona.