martes, 21 de junio de 2011

Para no verte más



Nuestro pasado llora sin prisas en un vaso de vino tinto donde tu rostro de mañana se refleja manchado de sangre, sufriendo las heridas escondidas por el porvenir, huyendo de mi futuro hacía un espacio sin nada más que la misma nada recubierta por la duda del más acà. En este mundo irreal donde sobreviven tus esperanzas de un mañana mejor, hay una biblioteca con el último ejemplar del Confieso que he vivido de Neruda recostado a una edición desconocida de La Metamorfosis de Kafka ilustrada por un vagabundo, profesor titular de Harvard, especializado en el arte secular del siglo XX. Será en esta misma biblioteca de las letras escondidas donde intentarás encontrarme en las sombras de los grandes autores, en los epigramas mudos de un poeta nicaragüense, rezando a los dioses profanos por no volver a ver mi mirada destrozada por tu ausencia libertaria.

martes, 4 de enero de 2011

Seduciendo la madrugada


Noches de insomnio paseando por los barrios prósperos de una Barcelona operada por el bisturí del olimpismo, buscando una respuesta en las esquinas donde los niños pijos se descubren de nuevo aprovechando una luna oscurecida por nubes de polvo. La madrugada de la Barcelona universitaria y el fracaso del poeta maldito paseábamos huérfanos por la Bonanova buscando adinerados cuerpos de alquiler, donde el sexo desconocía el amor y las palabras dejaban paso a los hechos.
El mismo silencio nocturno adornecido por suaves motores daba libertad a la imaginación que resbalaba con una canción de Springsteen preguntándose si era real la covardía con la que anda el hombre prudente, el hombre incapaz de transitar como un trapezista alcohólico por el hilo de sus propios límites. En estos momentos donde la nostalgia soledad llegaba sin permiso durante este paseo nocturno, miraba a mi lado y la madrugada que me había prometido sin mirarme los ojos, llevarme a las puertas de la noche, había huído a brazos de otro desconocido porque mis poemas le parecían sosos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Los últimos días de Fidel


Lo recuerdo bebiendo cerveza a destajo en un antro ilegal del Raval de Barcelona. Fidel iba vestido, com en sus años de gloria cubana, de un verde militar preparado para entrar de nuevo en la Habana y derrocar una vez más el gobierno de Batista. De todos modos, la sobriedad y brillantez de sus años mozos habían dejado paso a la imagen esperpéntica de un anciano sin dientes que iba recitando poemas sin ritmo a su amada revolución mientras bebía litros de cerveza y lanzaba las botellas contra una imagen del Che medio tapada por unos pósters de un grupo de hardcore que anunciaban un concierto en uno de los locales más conocidos de la zona.
Fidel no llegaba al estado sarcástico y decadente de caricatura de uno mismo, sinó que emanaba sin ningún complejo otra identidad completamente distinta a la del luchador utópico que subió a los montes para construir la revolución perfecta. Allí, en la barra de aquel antro, Fidel era uno menos de nosotros, el fracasado que esperaba los problemas completamente ebrio para no tener que tomar decisiones y quedarse a medio camino de aquella silla donde una cuerda le invitaba a un final infeliz, pero al fin y al cabo, un final romántico para todo revolucionario.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El fracaso de la senectud


Tom Waits canta a un piano ebrio mientras cierro un libro de poemas de Gil de Biedma que habla acerca del fracaso de la senectud. El tiempo nos desnuda para barrernos hacía un lado de la habitación, donde, con un espejo roto en la mano, vemos nuestro rostro como un falso Dorian Gray, por una parte están nuestras caricias sensuales a la eterna juventud de Dylan, mientras al otro lado distinguimos las cicatrices donde podemos leer todos los problemas que hemos llevado a las espaldas hasta el día de hoy. El joven contra el viejo. La eterna juventud contra la mísera realidad.
Rompo el espejo contra la pared donde un póster roto de James Dean me habla de la necesidad de morir joven para convertirme en un mito. El tiempo, una vez más, me ha vencido sin dejar prisioneros. Afortunadamente, la voz rota de Waits deja paso a una canción de Los Secretos que me ofrece la solución momentánea a mi problema de extrema immadurez. Así pues, para sentirme un poco mejor, abro un whisky escocés con aspecto cerimonial mientras canto para mis adentros que quiero beber hasta perder el control.

viernes, 3 de diciembre de 2010

La nueva ciudad de los prodigios


Los relatos de Mendoza transcurren como un Ferrari en una autopista catalana comandada por los verdes, uno quiere terminar el recorrido en pocos segundos pero la ley te impide ir más allá porque sabe que debes de gozar el recorrido, viendo como los personajes van hacía un final insospechado comandado por el trazo caprichoso del novelista. Riña de gatos es La ciudad de los prodigios madrileña, una radiografía fidedigna que nos muestra la vida escondida en los callejones madriles de los meses anteriores al golpe derechista del 36, lejos de visiones partidarias propias de la desmemoria histriónica.
Mendoza, alejado de sus fascinantes parodias a los géneros literarios, regala al Premio Planeta este Anthony Whitehouse que aunque esta lejos de Onofre Bouvila, nos desnuda con su mirada foránea cargada de té inglés y escepticismo británico, una nueva forma de ver un període tan problemático de la historia reciente de España. Whitehouse se codea con los personajes más públicos de estos años donde toda lealtad tenía un precio y el secreto era una forma de vida, mientras en sus horas libres, el académico inglés obsesionado con las pinturas bastardas de Velázquez, perreaba por calles sórdidas buscando las huellas mentirosas de una mujer que nos recuerda a la entreñable Porritos de Mauricio o las elecciones primarias. En fin, Mendoza es siempre mucho Mendoza, aunque por una vez haya ido a Madrid para echar de menos a nuestra Barcelona.

miércoles, 9 de junio de 2010

El absentismo religioso


La pared repleta de botellas tiene una colección de ímagenes de la Virgen que nos echa en cara nuestra devoción perdida y las consecuencias de nuestro escepticismo moral posmoderno. La absenta va recorriendo con la lentitud del veneno serpentil, unas gargantas agnósticas de un futuro mejor y devotas de un pasado idealizado por la precariedad de un presente mediocre. Siempre estamos los mismos, el profesor de universidado obsesionado en Lord Byon y su literatura del mal, el repartidor de condones enamorado de la dependienta de un sex shop barato, el hijo de la vecina maltratado por un padre alcohólico y un perro loco, una antigua novia de las adolescencia que me persigue para echarme en cara mi fracaso sentimental provocado por un exceso de mujeres fatal, y sobretodo, el camarero, nuestro guía moral hacía el cielo de los bebedores absentistas.
Al final de la noche, cuando la ebriedad gana cancha a la temida sobriedad, uno se acerca a los compañeros del túnel de la noche y les dice en voz baja para no despertar la sensatez, que tenemos un problema de absentismo religioso. Las carcajadas y los gritos de "Viva el poeta" vuelven a llenar el vacío de nuestro enésimo sábado nocturno contemplado irónicamente por la imagen de la Virgen de Guadalupe. Una noche más, un día menos.

sábado, 5 de junio de 2010

El llanto melancólico de Silvio Rodríguez


Más allá de la canción, de su voz mística con textos profanos, pervive dentro de mi todos los abriles invernales, el llanto de Silvio Rodríguez llorando a la amada perdida por la ambición de encontrar la utopia de una amante perfecta en un mundo distinto. Mi fracaso amoroso lo debo a los acordes melancólicos de Silvio y a mi intento de convertirme en un poeta maldito para poder seducir a mujeres fatal con mi rostro vendido a la derrota.
Pero en Silvio el llanto es triumfo, es la sonrisa irónica del fracasado que se sabe vencedor, la mirada alegre del que quiere dar la imagen de desespero porque se sabe distinto a los demás, y solo llorando puede disimular su excelencia. Este engaño del cantautor lo comprendí a los treinta, cuando todas las mujeres de las que había estado enamorado ya estaban casadas con economistas brillantes y abogados sin estómago. Ahora, a día de hoy y pagando las consecuencias de los días de ayer, sólo me queda el consuelo de saber que no tendré descendencia y pasaré a la posteridad como el modelo único de una especie condenada al olvido por el llanto de Silvio Rodríguez