
Detrás de la profundidad de la voz predicadora de Cohen y de las arrugas cortantes escondidas bajo la barba inmaculada de Moustaki, yace el gesto de la experiencia, la necesidad de sobrevivir a pesar de la propia vida. En el mundo inexistente de las palabras, los versos de Gil de Biedma están cabalgando entre la frontera invisible que separa amablemente la vida y la muerte, donde se encuentra el arte de sobrevivir heroicamente a la dura tarea de estar encarcelado por los placeres de una existencia finita. Unos hablan con el rostro y otros con las palabras, el medio más difícil del lenguaje. De todas formas, en ambos casos lo más importante es comunicarse para poder sobrevivir.